Hay una duda que les asalta a los aficionados a la mecánica con cierta frecuencia: ¿cuándo debo cambiar los discos de freno? Una pregunta que en realidad también tienen que hacerse todos aquellos que no quieran pagar más de la cuenta en un taller.
Al igual que ocurre con otros elementos de desgaste del coche como el embrague o las pastillas, la vida útil de los discos de freno depende en gran medida del tipo de conducción que se haga. No es lo mismo recurrir asiduamente al freno motor para detenernos por inercia, que abusar del pedal de freno de forma continua. Sin embargo, a pesar de esta variable, hay una serie de nociones que nos sirven para saber cuándo nos va a tocar cambiarlos.
Antes de nada, hay que tener claros cuales son los desperfectos que suponen el cambio directo de los discos. Debes revisarlos detenidamente para comprobar si tienen decoloraciones, grietas o deformaciones. Las dos primeras se verán de forma evidente con mirar a través de las llantas o desmontando la rueda si no tienes suficiente visibilidad.
Por el contrario, para detectar el alabeo tendrás que subirte al coche. Si cuando aprietas el pedal de freno suavemente notas que se va deteniendo a intervalos, quiere decir que efectivamente tienen este problema. Se trata de un efecto que producen los discos deformados, porque al girar tocan la pastilla con más intensidad en la parte abombada. Si vas a mucha velocidad lo notarás como una vibración, que no es más que esa frenada a intervalos, pero con mucha más frecuencia.
En realidad, saber cuándo se cambian los discos no es cuestión de tener ojo de buen cubero. El fabricante siempre deja bien claro cuál es el grosor mínimo que deben tener para funcionar de forma eficaz y segura. Si el disco desciende de esa medida en alguna de sus partes o está a punto de hacerlo es momento de cambiarlos.